viernes, 28 de agosto de 2009

interior -fragmento. Maurice Maeterlink

EL ANCIANO. —¡Vivía esta mañana!... La encontré al salir de la iglesia... Me dijo que se
iba a ver a su abuela a la otra orilla de ese río donde la habéis encontrado... No sabía
cuándo me volvería a ver... Sin duda ha estado a punto de pedirme algo; después no se
ha atrevido, y se ha separado de mí bruscamente... Pero ahora lo recuerdo... ¡Y no vi
nada!... Sonreía, como sonríen los que quieren callarse o los que tienen miedo de que no
se les comprenda... Parecía que esperaba con pena... casi no me miraba...
EL FORASTERO. —Unos campesinos me han dicho que la han visto vagar sola hasta la
noche por la orilla... Creían que estaba buscando flores... Puede que su muerte...
EL ANCIANO. —No se sabe... ¿Se sabe nunca algo?... Acaso era de las que no quieren
decir nada, y cada uno lleva en sí mismo más de una razón para no vivir... No vemos
dentro del alma como vemos en esa habitación. Todas son así... No dicen más que cosas
indiferentes, y nadie sospecha nada... Vivimos meses y meses al lado de alguien que ya
no es de este mundo y cuya alma ya no puede inclinarse; le respondemos sin pensar en
ello, y ved lo que sucede... Parecen muñecas inmóviles, y en su corazón suceden tantos
acontecimientos... Ni ellas mismas saben lo que son... Hubiera vivido como viven las
demás... Hubiera dicho hasta el día de su muerte: “Señor, Señora”, “¿Lloverá esta
mañana?”; o “Vamos a almorzar; seremos trece a la mesa”; o “La fruta no ha madurado
todavía”. Hablan sonriendo de las flores que se han caído, y lloran en la oscuridad... Ni
un ángel vería lo que es preciso ver, y el hombre no comprende hasta después... Ayer
noche estaba ahí bajo la lámpara, como sus hermanas, y si esto no hubiese sucedido, no
las veríamos como hay que verlas... A mí me parece que las veo por primera vez... Hay
que añadir algo a la vida ordinaria antes de poder comprenderlas... Están a nuestro lado,
nuestros ojos no se apartan de ellas, y no las vemos hasta el momento en que se
marchan para siempre... y, sin embargo, ¡qué alma tan extraña debió de tener!; un alma
pobre, ingenua, inagotable, ¡hija mía!, si dijo lo que debe haber dicho, si ha hecho lo
que debe haber hecho...



(...)

EL ANCIANO. —Ya ves como también pierdes el valor... Harto sabía yo que no debíamos
mirar. Tengo cerca de ochenta y tres años y es la primera vez que me ha herido la vista
de la vida. No sé por qué todo lo que hacen me parece tan extraño y tan nuevo... Están
esperando de noche, sencillamente, a la luz de su lámpara, como hubiéramos nosotros
esperado a la luz de la nuestra; y, sin embargo, creo verlos desde lo alto de otro mundo,
porque sé una verdad pequeña que ellos no saben todavía. ¿Es eso, hijos míos?
Decidme, ¿por qué estáis también pálidos? ¿Hay acaso otra cosa que no pueda decirse y
que nos hace llorar? Yo no sabía que hubiese en la vida algo tan triste y que diese miedo
a los que lo miran... Y aunque no hubiese sucedido nada, me daría miedo verlos tan
tranquilos... Tienen demasiada confianza en este mundo... Están ahí separados del
enemigo por pobres ventanas... Creen que no sucederá nada porque han cerrado las
puertas, y no saben que siempre sucede algo en las almas y que el mundo no se acaba en
las puertas de las casas... Están tan seguros de su vida menuda y no sospechan que hay
otros que saben de ella más que ellos; y que yo, pobre viejo, aquí, a dos pasos de su
puerta, tengo entre las manos toda su menguada felicidad y no me atrevo a abrirlas...
MARÍA. —Tened compasión, abuelo...
EL ANCIANO. —Tenemos compasión de ellos, hija mía; pero nadie tiene compasión de
nosotros.
MARÍA. —Decídselo mañana, abuelo; decidlo cuando sea de día... No les dará tanta
pena...
EL ANCIANO. —Tal vez tengas razón... Valdría más dejar todo esto en la noche. Y la luz
consuela el dolor. Pero ¿qué nos dirían mañana? La desgracia hace celosos a los que la
padecen; y aquellos a quienes ha herido quieren saber antes que los extraños. No
quieren que se deje su desdicha en manos de los desconocidos... Parecería que les
habíamos robado algo...

jueves, 27 de agosto de 2009

Los Ciegos-fragmento. Maurice maetherlink

TERCER CIEGO DE NACIMIENTO. —Pero mirad al cielo: acaso veréis algo. (Todos
levantan la cabeza al cielo, excepto los TRES CIEGOS DE NACIMIENTO, que continúan mirando
al suelo.)
EL SEXTO CIEGO. —No sé si estamos bajo el cielo.
PRIMER CIEGO DE NACIMIENTO. —La voz resuena como si estuviésemos en una gruta.
EL CIEGO MÁS VIEJO. —Creo más bien que resuena así porque es de noche.
EL CIEGO JOVEN. —Me parece que siento en las manos la luz de la luna.
LA CIEGA MÁS VIEJA. —Creo que hay estrellas; las oigo.
LA CIEGA JOVEN. —Yo también.
PRIMER CIEGO DE NACIMIENTO. —Yo no oigo ruido ninguno.
SEGUNDO CIEGO DE NACIMIENTO. —¡Yo no oigo más ruido que el de nuestro aliento!
EL CIEGO MÁS VIEJO. —Creo que las mujeres tienen razón.
PRIMER CIEGO DE NACIMIENTO. —Nunca he oído las estrellas.
LOS OTROS DOS CIEGOS DE NACIMIENTO. —Nosotros tampoco. (Un enjambre de pájaros
nocturnos se precipita bruscamente entre las hojas.)
SEGUNDO CIEGO DE NACIMIENTO. —¡Escuchad! ¡Escuchad! ¿Qué hay sobre nosotros?
¿Oís?
EL CIEGO MÁS VIEJO. —¡Algo ha pasado entre el cielo y nosotros!
PRIMER CIEGO DE NACIMIENTO. —No conozco la naturaleza de ese ruido. Quisiera volver
al asilo.
SEGUNDO CIEGO DE NACIMIENTO. —¡Habría que saber dónde estamos!
EL SEXTO CIEGO. —He intentado levantarme; no hay más que espinas en derredor mío;
no me atrevo a extender las manos.
TERCER CIEGO DE NACIMIENTO. —¡Habría que saber dónde estamos!
EL CIEGO MÁS VIEJO. —¡No podemos saberlo!
EL SEXTO CIEGO. —Debemos de estar muy lejos de casa. No comprendo ninguno de los
ruidos.
TERCER CIEGO DE NACIMIENTO. —Desde hace tiempo estoy sintiendo el olor de las hojas
muertas.
EL SEXTO CIEGO. —¿Alguien ha visto la Isla en otro tiempo y puede decirnos dónde
estamos?
LA CIEGA MÁS VIEJA. —Éramos todos ciegos al llegar aquí.

miércoles, 19 de agosto de 2009

II (Rimas de Bécquer)

Saeta que voladora
cruza, arrojada al azar,
sin adivinarse dónde
temblando se clavará;


hoja del árbol seca
arrebata el vendaval,
sin que nadie acierte el surco
donde a caer volverá;


gigante ola que el viento
riza y empuja en el mar,
y rueda y pasa, y no sabe
qué playa buscando va;


luz que en los cercos temblorosos
brilla, próxima a expirar,
ignorándose cuál de ellos
el último brillará;


eso soy yo, que al acaso
cruzo el mundo, sin pensar
de dónde vengo, ni adónde
mis pasos me llevarán.

miércoles, 12 de agosto de 2009

La cena Miserable -César Vallejo

Hasta cuándo estaremos esperando lo que
no se nos debe ... Y en qué recodo estiraremos
nuestra pobre rodilla para siempre! Hasta cuándo
la cruz que nos alienta no detendrá sus remos.

Hasta cuándo la Duda nos brindará blasones
por haber padecido ...

Ya nos hemos sentado
mucho a la mesa, con la amargura de un niño
que a media noche, llora de hambre, desvelado ...

Y cuándo nos veremos con los demás, al borde
de una mañana eterna, desayunados todos.
Hasta cuándo este valle de lágrimas, a donde
yo nunca dije que me trajeran.

De codos,
todo bañado en llanto, repito cabizbajo
y vencido: hasta cuándo la cena durará.

Hay alguien que ha bebido mucho, y se burla,
y acerca y aleja de nosotros, como negra cuchara
de amarga esencia humana, la tumba ...

martes, 11 de agosto de 2009

Trilce- XIII (César Vallejo)


Pienso en tu sexo.
Simplificado el corazón, pienso en tu sexo,
ante el hijar maduro del día.
Palpo el botón de dicha, está en sazón.
Y muere un sentimiento antiguo
degenerado en seso.

Pienso en tu sexo, surco más prolífico
y armonioso que el vientre de la Sombra,
aunque la Muerte concibe y pare
de Dios mismo.
Oh Conciencia,
pienso, sí, en el bruto libre
que goza donde quiere, donde puede.

Oh, escándalo de miel de los crepúsculos.
Oh estruendo mudo.

Odumodneurtse!